Juicio en el Tercer Cielo: Mi Testimonio

My grateful thanks to my dear sister Lisa Velazquez for translating this faster than I actually wrote it. She is a marvel! Her teachings can be heard regularly on teshuva.tv

Esta es una historia que rara vez comparto pero mi amiga Dinah me animó hace un tiempo, y en el interés de mantener la levadura fuera de nuestras casas esta semana voy a seguir adelante y compartirla aquí. Esta no es una historia de cortesía sobre mí – no me hace especial; creo que sucedió porque era un caso tan desesperado y una persona tan peligrosa – y, sin embargo, Dios todavía tenía un plan para mi vida.

(FYI: me tomó una eternidad ponerle a un título a esto y todavía no estoy contenta con él – suena pretencioso, pero si sigue leyendo entenderá por qué no tengo razón para estar orgullosa de lo que pasó)

Yo estaba viviendo en un pequeño pueblo de Nuevo Mexico en 2008  – mis hijos estaban en primer grado, y era otoño – lo recuerdo porque estaba en el patio trasero rastrillando hojas. Hace unos meses, ore un tipo de oración que sólo la gente desquiciada ora: “Señor Jesús, júzgame en esta vida mientras todavía tengo tiempo de cambiar”.

Dije esa oración con todo mi corazón. Yo estaba enojada, herida, hecha un desastre de persona. Confiaba en Dios, amaba a Jesús y no veía cómo evitar ese conflicto inherente, pero aunque desconfiaba de Dios, deseaba desesperadamente que me amara. No voy a entrar en las razones por las que me sentía de esa manera sobre Él. Hay demasiadas, y ese no es el punto.

Yo era un racista, y mi marca específica de racismo estaba en plena alerta viviendo en un pueblo que era en su mayoría extranjeros ilegales con sus hijos y nietos. También ayudo el hecho de que, en esa ciudad, había una calle bidireccional definida.

Pero tampoco sabía nada acerca de cómo ser una persona cariñosa – sabía ser una persona crítica, desagradable. Yo sabía cómo justificar mi dureza como la “verdad hablada en amor”. En resumen, yo era una experta en llegar con las razones por que todo lo que hice y pensé que estaba muy bien, y esas justificaciones subieron rápidamente, y sin un pensamiento cada vez el Espíritu Santo se acercaba a mí sobre lo que estaba haciendo.

Yo era el tipo de creyente más peligroso: era increíblemente inteligente, leía bien, era celosa, confiada en lo que estaba haciendo en mi “unción”, pero por dentro era tan asesina como Pablo lo fue. Desgarraba a una persona que no estaba de acuerdo conmigo sin mirar hacia atrás. El problema era esto: yo también tenía sueños de estar rodeada de niños, y durante esos momentos en que mi guardia estaba baja, el Espíritu me estaba impresionando urgentemente que yo no estaba en modo alguno preparada para ser el tipo de persona que los niños necesitarían.

Esa es la parte fácil de la historia para contar – la parte que nadie tiene problemas para creer. Eso en realidad no es embarazoso hablar más de lo que Dios tenía que hacer para que yo comenzara a cambiar y es por eso que estoy llorando ahora mismo.

Como dije, estaba rastrillando hojas. Entonces, de repente, ya no me encontraba en mi patio. Supongo que tal vez estuve en lo que Pablo llamó el “tercer cielo” – no lo sé. Para ser honesta, no miré a mí alrededor, estaba consciente de que la Shekinah estaba en el trono frente a mí, y un hombre de pie a mi izquierda, vestido de blanco. Nunca vi su rostro; nunca miré hacia arriba. Nadie nunca habló. Cuando te juzgan, no te das cuenta de nada más. Simplemente no puedes. O al menos yo no pude.

Hay un versículo sobre ser juzgado por cada palabra descuidada y otra que explica que la Palabra juzga los pensamientos e intenciones de nuestro corazón.

Quiero que imagines todas las cosas terribles que hayas pensado y dicho, no las cosas que sabías que estaban equivocadas y que luego te arrepentiste de ellas, pero las cosas que rápidamente te disculpaste y mentiste acerca de las cosas que hiciste para herir a la gente porque querías ser hiriente, querías que supieran que eras un mejor creyente o superior; piense en las intenciones reales y las motivaciones ocultas en sus palabras y las acciones que te mentiste a tí mismo, y mentiste tan a menudo que realmente comenzaste a creerte tus propias mentiras. Aquellas mentiras que trabajaron para protegerte de la verdad acerca de lo cruel que realmente eras e incluso tuviste la intención de ser – verdades tan dañinas que no te atreves a enfrentarlas una a la vez, y mucho menos todas a la vez.

Nadie, y especialmente yo, nunca dije una palabra. Estaba en una agonía que no puedo describirla. Estamos acostumbrados a nuestros propios egos que vienen a nuestro rescate cuando nos comportamos de una manera malvada; esos mecanismos de defensa aparecen antes de que lo sepamos y son tan hábiles en engañarnos que rara vez recibimos una punzada en nuestra conciencia después de un tiempo. Queremos las mentiras, no la verdad. Es fácil decir lo contrario antes de estar delante de Dios para enfrentarlos a todos a la vez.

Ahora me doy cuenta de que fui llevada allí, no porque merecía una vislumbre de la sala del trono de Dios, sino porque ese era el único lugar donde mi ego se pondría de pie. En presencia de pura luz y verdad, no sólo mi boca estaba cerrada, sino también mi voz interna. No tenía abogado de la defensa en esa habitación – estaba expuesta completamente sin capacidad de justificar nada. Lo que me di cuenta fue la verdad acerca de todo lo que había dicho o pensado o hecho – y la verdad acerca de por qué dije y pensaba y hacía esas cosas. Simplemente no puedes imaginarte viéndote a ti mismo como quien realmente eres.

Lo irónico – fue estar en la habitación con Padre y el Hijo y no oír sus voces, ni condenación. Ninguna instrucción, ninguna revelación de la doctrina, ninguna corrección a lo que ya creí. Sin calendarios, sin nombres, sin retos sobre lo que estaba comiendo o haciendo en mis sábados. Todo era sobre mi carácter, que era muy, muy malo. Esa fue la razón por la que estuve allí – evidentemente, esa fue mi cuestión más importante – el mayor problema.

Todavía estoy sorprendida de que yo era capaz de soportar, pero a veces me pregunto si sólo estaba congelada en ese lugar. No lo sé; todo lo que sabía era la agonía de verme a mí misma como yo, sin tregua ni refugio. No sé cuánto tiempo tomó – la eternidad es diferente. Lo que cada vez más me di cuenta de que sucedió fue que el Padre y el Hijo no estaban allí para condenarme, sino para exponerme y apoyarme. Empecé a darme cuenta de que si no estuvieran allí, probablemente habría muerto por la tensión. Ni siquiera puedo empezar a relatar lo horrible que es verte sin el filtro autodestructivo y protector del ego.

Cuando terminó, estaba de vuelta en mi patio – con el rastrillo en la mano como si nada hubiera pasado. Me sentí avergonzada; de alguna manera me sentí muy vacía, y de otras maneras, me sentí muy llena. Por lo que recuerdo, en realidad fue una semana o dos antes de mi ego trató de retroceder y empezar a mentirme a mí de nuevo – pero nunca tan exitoso como solía ser. El ego se fortalece cuando estoy enojada, herida o traicionada – pero mi éxito en engañarme ha sido obstaculizado – cuando estoy actuando como una idiota, generalmente estoy muy consciente de ello y tengo que forzarme a creer lo contrario – el engaño ya no es fácil. Estoy constantemente frente a mis defectos.

No, no puedo decirte de qué color es el Mesías, si vi las manos, pero no fue así – color como lo pensamos. Blanco pero ciertamente no blanco, y, sin embargo, blanco. Nunca levanté mis ojos más allá de las manos. No, tampoco vi agujeros de clavos, sólo las manos de la vista lateral donde no estarían visibles de todos modos. Yo estaba consciente de mucho pero vi poco; la experiencia fue demasiado abrumadora y terrible. También fue lo mejor que me ha pasado. Drásticamente el mal carácter requiere medidas drásticas de parte de Dios. Tenía un llamado para trabajar con niños – por eso oré esa oración en primer lugar – sabía que no estaba lista. Ministrar a los adultos es bastante difícil, pero con los niños, no hay espacio para estar en la carne todo el tiempo.

Odio compartir esto porque alguien podría pensar que estoy jactándome – pero créanme, esto no era como cualquiera de los viajes de los profetas en el trono. No estaba escuchando el consejo secreto de Dios o viendo las cosas gloriosas allí. No comí una comida de convenio, ni escuché Su voz ni escuché a los ángeles cantando. Yo no merecía nada de eso. En términos muy humanos, fui llevada a la oficina del director y despojada de mi falso orgullo, privada de toda excusa y pretensión que – todavía es difícil de explicar. Cuando volví, estaba sin una pizca de fe en mí misma. Nunca he confiado en mí desde ese día, y es por eso que constantemente me cuestiono a mí misma, especialmente cuando siento que estoy en lo correcto. La mayoría de la gente no tiene ni idea de las profundidades del autoengaño de qué son capaces, pero ese conocimiento fue el regalo de Dios para mí. Es una verdad innegable. La conciencia se hace más profunda con cada año que pasa – lo que enfrenté en la sala del trono fue sólo la corrección, no fue el final. Me anima a parecerme más a Él, porque permanecer como soy es demasiado doloroso para contemplar.